En América Latina, el fracaso en la construcción de un capitalismo propio, de características nacionales, implica la acogida del imperialismo económico que resigna la subordinación a un centro hegemónico del capital al que habrá que fortalecer para mantener los sistemas industriales de los países del continente. En ese contexto se consolida el positivismo como esquema de racionalidad filosófica que permea la gran mayoría de la intelectualidad latinoamericana con cánones y métodos de razonamiento a una realidad –la latinoamericana– con parámetros nacidos de una realidad ajena –la europea.
Por supuesto, la sumisión del pensamiento latinoamericano a los centros hegemónicos de Europa, no representa nada novedoso, lo que sí se evidencia es la reafirmación del sometimiento industrial de las viejas colonias, ante la imposibilidad de consolidar sus procesos económicos internos. Hay en esta iniciación del positivismo filosófico en la región, un rearticulamiento de la vieja guardia filosófica, impulsora en su momento de la “primera normalización”, con una suerte de “segunda normalización”, adherida –en este caso– a los principios de la filosofía positiva.
La figura de Inglaterra, representa en este proceso que va –más o menos– hasta la década de 1960, una nueva referencia de la recolonización. Con sus diferencias, México, Argentina, Uruguay, Brasil, entre otros países latinoamericanos, se adhieren a este modelo de capitalismo central, derivado del poder de Londres. La dinámica de este modelo subraya la necesidad de un liberalismo que busca en el progreso individual, revertir los efectos negativos de haber fracasado en la construcción de la unidad latinoamericana. El individualismo se esgrime desde el positivismo filosófico, como el instrumento del progreso comteano, en su famosa Ley de los Tres Estados o de la inteligencia humana.
Del positivismo filosófico en Latinoamérica, dice Dussel, aún quedan muchas cosas por debatir, no obstante, algunas certezas ya existen. Representó –en su momento– una crítica al conservadurismo, tanto económico como intelectual, enarbolando la cualidad renovadora del libre pensamiento, en un mundo en el que ha costado tanto entender sus bondades. La libertad –entendida filosóficamente– alimenta el progreso de las ciencias en Latinoamérica, aunque, al mismo tiempo, refuerza los lazos neocoloniales en algunas profesiones, como la sociología o la educación, por nombrar solo dos casos.
En definitiva, el positivismo es la palanca intelectual para consagrar el imperialismo económico y contribuye a la escisión entre “civilización y barbarie”, en la cual, Latinoamérica representa la segunda figura de la dialéctica.
Autor: Coaching y PNL
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