EL FUTURO DE LA FILOSOFÍA O LA FILOSOFÍA DEL FUTURO

Filosofar es siempre un acto de rebelión, por lo tanto, de apuesta por el cambio e insatisfacción con el presente: se trata de mirar hacia adelante con la persistencia de imponer ese devenir anhelado, más allá de las cadenas que impone el ahora. En una sociedad como la nuestra, se hace más palpable la idea nietzscheana del futuro como un acto promovido desde la voluntad de poder. Ese poder que nos permite superar las imposiciones y limitaciones que derivan de la vida social, esa vida llena de máscaras y de sospechas acerca de las intenciones del otro. Somos nosotros mismos quienes debemos ser superados para que, pensar el futuro   -filosofar- tenga sentido: allí puede estar esa transformación que convierta las angustias en esperanzas y las esperanzas en realidades.

El ser humano se debate en la actualidad entre un pasado agreste, lleno de búsquedas inconclusas, un presente vacío de certezas y un futuro trasmutado en limbo. ¿Qué acciones pueden emprenderse desde la Filosofía para revertir estas adversidades? Sin duda, seguir pensando el futuro, pero desde un pensamiento irreversiblemente propio, con un marcado signo individualista. Esa individualidad que nace del sentirse único, con la capacidad para construir un nuevo mundo sin uniformes, en el que la disimilitud sea una fortaleza y la unidad solo el vehículo para ese “cada uno” y ese “cada quien”. ¿Extraño? Claro, pero ¿hasta dónde nos han llevado las ideas de unificación del proyecto civilizacional por el que comenzamos a transitar luego del mal llamado “siglo de las luces”? Una cosa es el bienestar que deriva de la creatividad racional; y, otra, la imposición de la felicidad como necesidad, como si la tristeza y la incertidumbre no formaran parte de lo que nos hace humanos.

La filosofía del futuro tiene que ser una acción “metahumana”, una suerte de pirueta que –en medio de lo fáctico– se nutra de lo onírico para llegar a eludir el “eterno retorno” planteado por Nietzsche. Filosofar y soñar tienen que ser complementarios, más bien, yuxtapuestos de forma que el filósofo-soñador se realiza en cada sueño tal como lo pensó y, en esa misma medida, se auto-realiza. En definitiva, la filosofía del futuro es un pensamiento sin itinerarios, cuyo norte no está predeterminado, sino que es múltiple y diverso, como es el ser humano.

Más allá de esas certeza, lo que se impone es una constante insubordinación contra el “nosotros” que ha terminado por hacer más daño que cualquier iniciativa nacida de la individualidad. Se parte de la idea de un “pensar para ser” y no un “pienso luego soy”. Cuando nos realizamos en nuestro pensamiento, no es que seamos idealistas, por el contrario, se trata de mantener la idea de lo que somos adherida a eso que vivimos, pero sin alejarnos de lo que deseamos. ¡Sí! Como si de una contradicción perpetua se tratara, porque ¡eso somos!, pasado, presente y futuro a un tiempo, sin estaciones, sin paralelismos, sin ambages, asidos a la voluntad de poder sobre nosotros mismos, por ahora y para siempre.

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