Desobedecer es una cualidad eminentemente natural y antiquísima, pudiera decirse que los seres humanos, desde su nacimiento e incorporación a la sociedad van siendo obligados a obedecer, como una condición necesaria para ser aceptados por el colectivo en el cual se desarrollaran. Su nombre, su vestimenta, su alimentación y, por supuesto, su identidad, son imposiciones que debe acatar, en principio de forma inercial y, posteriormente, como parte del proceso de socialización. Pero, ¿es esto aceptado cándidamente por la mayoría? En general, podría decirse que sí; sin embargo, lo específico es que el desarrollo de esa conciencia cívica está en constante confrontación, interna o externa, con los deseos y aspiraciones individuales que –naturalmente– desarrollan las personas. Actualmente, en una sociedad multiforme como la que nos corresponde vivir, la obediencia es una actitud que de las clases dominantes necesitan promover para imponer modelos societales que, con frecuencia, obedecen más a su voluntad de poder que a las aspiraciones de las grandes mayorías.
Por esta razón, la desobediencia civil emerge como una acción de rebeldía que –aunque requiere de ciertos liderazgos para no desbordarse y provocar un caos innecesario– existe cierto caos necesario que proviene de la fuerza que tienen las insatisfacciones individuales. Ganar adeptos para encauzar la protesta social, es un ejercicio de “evangelización” de los grupos desfavorecidos, como una acción para visibilizar la explotación y el uso ventajoso del poder público. El filósofo italiano Norberto Bobbio abona un terreno importante para la reflexión sobre este tema de la desobediencia civil, al ubicarla como una acción intermedia entre la rebeldía frente a las leyes y la resistencia activa o pasiva. Se trata de una forma de enfrentar al poder, más allá de la obediencia pasiva o de la objeción de conciencia por la que optan algunas personas u organizaciones cuando se enfrentan a la dominación. Desobedecer al poder político, por ejemplo, es una actitud que –colectivizada– permite defender los derechos primigenios del ser humano, entre los cuales puede estar una vida digna (Sumak Kawsay), con todo lo que ella representa. Quienes estigmatizan la desobediencia civil, son espalderos del poder que, pretenden intimidar para la imposición gubernamental, acudiendo al temor que, naturalmente produce en el débil, el poder no limitado de quienes gobiernan.
En la actualidad, latinoamericana posee diversos eventos que, más allá de sus manifestaciones regionales –en Brasil, Bolivia o Venezuela– tienen un rasgo distintivo inocultable: la conciencia cívica sigue impulsando la movilización colectiva; y, el poder establecido, mantiene las etiquetas negativas para ese tipo de movimientos que les subvierten el orden necesario para la imposición de decisiones impopulares. Desde ese punto de vista, una filosofía política crítica requiere abrevar en los clásicos, para reinterpretar los conceptos inherentes al derecho a desobedecer que ningún ser humano puede rechazar, como una condición para su autorrealización. Sin duda, la obediencia puede ser una necesidad del proceso de socialización para evitar el caos, pero –al obedecer pasivamente– probablemente solo contribuimos con los deseos y aspiraciones ajenas, vale preguntarse en esas circunstancias: ¿qué pasa con nuestros deseos y proyectos de vida?