EL CONTROL SOCIAL Y LA NOCIÓN DE CONCIENCIA COLECTIVA

La sempiterna pregunta acerca de la dominación social y las estructuras del poder, pasa por dilucidar la idoneidad que tiene el ejercicio del control social, su avenencia desde las masas y el provecho que algunos grupos –políticos o no– sacan de él. Sin duda, la historia de la sociedad moderna es la historia del perfeccionamiento del orden, ofertado como una necesidad para el progreso, en el mejor estilo de la predica Comteana, propia del siglo XVIII. No obstante, para los filósofos, este debate y a pesar de su antigüedad, mantiene aún su vigencia.

En este sentido, para que una sociedad “funcione” es preciso que exista el control social, es decir, los deseos y las ambiciones personales deben estar debidamente reguladas por el contrato normativo que subyace en cada organización societal. A tenor de la teoría funcionalista, las mismas sociedades están habilitadas para producir los mecanismos de regulación de los conflictos, de manera que, la interacción social se adecue a los principios establecidos como válidos por las estructuras de poder. En esta visión, toda sociedad es el resultado del equilibrio de sus partes, las cuales están articuladas alrededor de los objetivos del sistema: están pensadas para alejarse de todo peligro desintegrador.

En ese contexto de reflexión, el equilibrio del que se habla es la consecuencia de la observación de las normas por parte de quienes componen una sociedad: de ese consenso es de donde derivan las ideas-fuerza que determinan lo que algunos sociólogos como Emilio Durkheim, llamaron conciencia colectiva. Ahora bien, ¿de dónde proviene este término y qué significa? La palabra conciencia proviene del latín y significa “con conocimiento”, más aún,  en el campo de la Psicología, la conciencia viene siendo la capacidad psíquica que posee una persona y que le permite percibirse, mirarse a sí mismo y evaluar sus propias acciones de acuerdo a ciertos parámetros internos.

Por su parte, en el lenguaje filosófico, la conciencia es el nivel de discernimiento del ser humano para actuar de acuerdo a sus convicciones sobre lo que está bien y lo que está mal y asumir las responsabilidades de su elección. En tanto, podría hablarse de una conciencia social, la cual puede definirse como el conocimiento que tiene un individuo sobre el estado de los demás; es decir, las condiciones que –estando en el entorno– favorecen o desfavorecen la convivencia social. De allí derivarían nociones como la de sensibilidad social y el altruismo que se producen como consecuencias de la conciencia social; esta conciencia estaría entonces separada de otra conciencia considerada individual y constituiría el vínculo o “cemento” que mantiene la coherencia social y orienta el compartimiento de la sociedad como si fuera una sola persona.

En todo caso, el cuestionamiento estaría por el lado de la sublimación de la capacidad de autodeterminación del individuo, es decir, la sumisión de las aspiraciones individuales que, finalmente, terminan favoreciendo la imposición de estructuras de dominación, frecuentemente aliadas de la minoría que somete y maneja los hilos del poder político y económico de la sociedad.

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