El Imperio Romano se caracterizó por múltiples aportes realizados a la humanidad (de hecho hay criterios en contra, pero es asunto de otro estudio), entre ellos, el debate: acaloradas discusiones se daban en el senado romano. Primaba la habilidad para imponer la idea del orador sobre sus oponentes u oyentes; era –además– de substancial importancia convertir el argumento débil en arma fuerte contra el adversario; y, a su vez, debilitar la mejor propuesta que tuviera el contrario.
Ahora bien, antes de la constitución del Imperio Romano, en Atenas el procedimiento se diferenciaba totalmente con respecto al romano (aunque sin olvidar el surgimiento de los sofistas y el uso que hacían de la palabra, razón por la que fueron muy criticados), la forma de llegar a conclusiones era a través del diálogo: exposición de ideas – argumentos con contenidos que eran acogidos o no por quienes escuchaban (claro ejemplo de este sistema es Sócrates y su dialógica para la construcción de la ética autónoma). Esta forma utiliza como instrumento la palabra que construye con el otro. Platón expuso en su Carta VII que “durante el diálogo, de repente, surge una chispa que enciende el conocimiento”. En otras palabras, una conversación sana con exposición de ideas –sin desmerecer a los que tuviesen perspectivas diversas– se generará la profundización de aquellos criterios sobre los que se dialoga.
De las dos formas expuestas, al parecer, se ha popularizado el debate como una clara vía de imponerse –mostrar el poder que se puede ejercer sobre el otro– y se ha aparcado el diálogo conciliador. Ahora bien, ¿por qué la destrucción “del otro” es más apetecida en detrimento del diálogo unificador? Al parecer y como una posible respuesta (no la única) el ser humano tiende a buscar el poder para afianzarse en algo que le dé estabilidad. No obstante, mientras el debate convierte en prisioneros (súbditos) a quienes buscan la imposición sobre el otro; el diálogo (ciudadano) libera y deja el espacio necesario para que el otro decida sobre su estructuración como persona.
Recuperar la tradición dialógica muy desarrollada en la etapa clásica de la filosofía antigua y muy propia de nuestras comunidades ancestrales, nos abrirá al conocimiento de nosotros mismos y del otro; y, esa diversidad, nos aportará una mayor amplitud de horizontes para reinterpretar –con una nueva perspectiva– el ambiente social y natural que nos rodea.
Autor: Coaching Programación Neurolingüística
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Publicado en Diario Opinión, Machala – Ecuador (02/06/2020).